Sin embargo, nuestro punto de partida es la orilla y vamos hacia afuera (a Juan Fernández), ello resulta ser exactamente lo inverso del orden anterior. El círculo trazado con el centro en la orilla (Caldera): y Juan Fernández contenido infinitesimalmente en un punto de ese arco genera un perímetro oceánico (horizonte) a indagar. El punto de partida en la orilla exige una representación del océano concebido esta vez lateralmente (no concéntrico) y heterogéneo por la determinación de un punto singular en él. El soporte geométrico, del algoritmo diferencial de Leibniz se presta a esta métrica.
La isla; infinitésima, partícula, particular, permite así generalizar aquello a todo el océano; se afirma así que toda travesía por el Pacífico es inductiva. Se va hacia lo particular y se retorna a lo general. Vale decir, toda travesía a un punto del océano retorna del océano en general.
Considerando que este algoritmo contiene como la métrica de totalidad la idea de indagación de relaciones hacia lo infinitésimo en el arco perimetral, se sustituyen las aristas por islas. Al hacerlo la métrica ya no se ciñe al desenlace del algoritmo, sino que lo trasgrede incorporándolo a la lógica interna del lenguaje arquitectónico – ahí será posible verificarlo, De la sustitución surge que al organizar una convergencia de relaciones indeformables en la tangente se llega a «conocer» una medida de lo infinitésimo del océano.
Ubicación: El sentido inductivo anterior es parte – generatriz de la obra, retrotrayendo afirmaciones oceánicas, las afirmaciones de travesía. Desde la orilla hacia el islote de Leibniz se reitera la trayectoria a un punto de indagación que esta vez, en magnitud real genera la obra. Esta, se ubica en el islote desierto rodeado del okeanos (bosque de ríos).
Postulación del sitio-antisitio. Regresando del océano y las magnitudes en fuga, con cuerpo de travesía se requiere una concepción-límite arquitectónica que celebre dicho temple en el espacio. Inversamente al obrar de la ciudad la travesía propone un obrar que erija un afuera. De este modo la obra es un segmento que vuelca el islote a lo uno; tarja, une y separa los incontables modos de lo natural, levantando un borde.
Se trata de una categoría imperativa de trazar. Voluntad de estatuir las rasantes que separan la tibieza del valle de la soledad y abandono en las cumbres. Rasantes ciertamente inexploradas por nuestra contextura de retícula regular. Postular reiteradamente a los espacios de encima y la aceptación de las grandes magnitudes americanas en convivencia ambivalente con el sitio. Señalar la vanguardia elegante y casi inédita de los múltiples modos del eremita: el guardafaros. El vago de intramuros y el de extramuros, el radio-operador de frontera. Todo aquello que conforma un modo de vida en el frente.
Santiago, con la pretensión del «Skyline» carece de una referencia vertical, por ello las edifica, pero no se emplaza verticalmente. Resulta así una ciudad irremediablemente inmersa. (la salida dominical en teleférico es testimonio suficiente de una ciudad que equivocó su elegancia).