1984
Travesía a Juan Fernández , Islote Pinguinos
Isla Juan Fernandez, Chile – Islote Pinguinos, Quintero, Chile
Esta la primera de las travesías realizadas en el nuevo plan de estudios de la entonces Escuela de Arquitectura de la UCV. Se realizaron tres viajes en barco a la isla de Juan Fernández. El primero en la goleta Charles Darwin y los otros dos en la Motonave Río Backer, con un total de 65 alumnos y 5 profesores.
El espacio es el tiempo
La ardua tarea en travesía es la de someter a la observación el tiempo, que se presenta bajo la apariencia sicológica de adversidad. Lo que ha ocurrido es que en el arco de la geodésica las referencias se han dilatado, provocando una inversión. Lo contable en la naturaleza y su continuo es una manifestación de temporalidad. El espacio ya no es tal; una vez radicado en el tiempo, se identifica con éste. Esto sucede porque la geodésica se comporta lentamente y la extensión oceánica se presenta como una planitud ilimitada, donde, como se ha sugerido anteriormente, el observador se las ha de haber con lo lato. (lato es dilatado). La Goleta Darwin es por sobre todo una máquina sin concesiones, y sus refugios son mínimos. Tiempo y extensión se confunden en forma única e indiferenciada, el observador no puede sustraerse a este estar (inestable) en medio de la dilatación, de donde surgen rostros escépticos, cuerpos claudicantes, posturas solitarias. Al quedar en la planitud, la observación es devorada por la monotonía, se vuelve escasa y se torna literalmente descriptiva, a modo de Bitácora.
El arribo
Cuarto día de navegación; La Isla Robinson Crusoe aparece en la pantalla del radar, es la certeza, todos están en cubierta, en los rostros de todos reaparece el hábito de tierra firme. La hipótesis establecida era que la isla emergía como un punto en el horizonte que cobraría gradualmente cuerpo, hasta abarcarnos. Pero los marineros isleños nos indicaban la bruma, aconsejándonos mirar «arriba». Por cierto que aquello exigía un cambio de óptica; no veíamos lo que ellos veían; la isla no era ni un punto ni corpórea, no estaba próxima, ni lejana. Estaba oculta, como veremos más adelante, en su luz propia, en la coexistencia de peñones y atmósfera.
A través del pueblo
Llega un grupo de niños al muelle, uno de ellos trae un barquito metálico, con el desmantelamiento propio de un real juguete. Lo posa en el agua y lo empuja hasta el límite del cordel que se amarra a una piedra. Se retiran unos metros hacia atrás en la playa y comienzan una secuencia de pedradas que no pretenden golpear el barquito sino provocar explosiones de agua en torno a él. Finalmente, el barco lleno de agua se hunde y es sacado con el cordel. El juego se renueva, es el hundimiento del crucero Dresden; ellos mismos al parecer no lo saben, porque el juego no tiene nombre. Pero, ¿Cómo acercarnos hospitalariamente a estas gentes que habitan sus leyendas y dónde cada hombre cada verano revive un Robinson en «más afuera»? Los niños son un puro presente, pero los más viejos, en los que gravita el pasado se muestran distantes. Hacemos lo siguiente: Inscribimos en un cubo esferoidal los nombres de todos sus muertos —en aquel mar— y a medio día, anclamos la Gran Boya Roja en medio de la Bahía, en un punto visible desde esa vertiente de la isla. Luego sonaron las Sirenas de las Goletas Kofuku-Maru y Darwin. Este acto, al modo de la tragedia griega fue catársis en el pueblo, según nos dijeron, algunos se conmovieron hasta las lágrimas. Ese fugaz sea o destino conjurado nos permite atravesar el pueblo, que al final se despide largamente mientras comenzamos el retorno.
La métrica de totalidades y parcialidades
Dos géneros cartográficos son el primer recurso de un cálculo de travesía. 1. La cartografía científica, cuyas variaciones permiten precisar coordenadas tales como: figura, áreas, distancias, tiempo y otras. 2. El segundo, trazado por el arquitecto, busca establecer un campo de exactitudes, cuya estructura genera un orden en la extensión representada bidimensionalmente. En la cartografía de la tesis del Pacífico elaborada por Alberto Cruz, hay una métrica de totalidad concéntrica. El trazado se centra en el vacío homogéneo del océano generando una progresión inicial hexaédrica que tiende a lo ilimitado del círculo. Esta progresión hacia el perímetro establece una planimetría de áreas, aristas y vértices obteniéndose una connotación totalizante de la extensión. De ello resulta una capacidad instrumental de afirmaciones para la relación centro-orilla, potencialmente infinita. Lo que interesa en una métrica de esta naturaleza es que el observador queda situado ante una totalidad simultánea y la indaga inagotablemente o bien la agota en cada consulta.
Orden arquitectónico – el espacio de la obra
Sin embargo, nuestro punto de partida es la orilla y vamos hacia afuera (a Juan Fernández), ello resulta ser exactamente lo inverso del orden anterior. El círculo trazado con el centro en la orilla (Caldera): y Juan Fernández contenido infinitesimalmente en un punto de ese arco genera un perímetro oceánico (horizonte) a indagar. El punto de partida en la orilla exige una representación del océano concebido esta vez lateralmente (no concéntrico) y heterogéneo por la determinación de un punto singular en él. El soporte geométrico, del algoritmo diferencial de Leibniz se presta a esta métrica. La isla; infinitésima, partícula, particular, permite así generalizar aquello a todo el océano; se afirma así que toda travesía por el Pacífico es inductiva. Se va hacia lo particular y se retorna a lo general. Vale decir, toda travesía a un punto del océano retorna del océano en general. Considerando que este algoritmo contiene como la métrica de totalidad la idea de indagación de relaciones hacia lo infinitésimo en el arco perimetral, se sustituyen las aristas por islas. Al hacerlo la métrica ya no se ciñe al desenlace del algoritmo, sino que lo trasgrede incorporándolo a la lógica interna del lenguaje arquitectónico – ahí será posible verificarlo, De la sustitución surge que al organizar una convergencia de relaciones indeformables en la tangente se llega a «conocer» una medida de lo infinitésimo del océano. Ubicación: El sentido inductivo anterior es parte – generatriz de la obra, retrotrayendo afirmaciones oceánicas, las afirmaciones de travesía. Desde la orilla hacia el islote de Leibniz se reitera la trayectoria a un punto de indagación que esta vez, en magnitud real genera la obra. Esta, se ubica en el islote desierto rodeado del okeanos (bosque de ríos). Postulación del sitio-antisitio. Regresando del océano y las magnitudes en fuga, con cuerpo de travesía se requiere una concepción-límite arquitectónica que celebre dicho temple en el espacio. Inversamente al obrar de la ciudad la travesía propone un obrar que erija un afuera. De este modo la obra es un segmento que vuelca el islote a lo uno; tarja, une y separa los incontables modos de lo natural, levantando un borde. Se trata de una categoría imperativa de trazar. Voluntad de estatuir las rasantes que separan la tibieza del valle de la soledad y abandono en las cumbres. Rasantes ciertamente inexploradas por nuestra contextura de retícula regular. Postular reiteradamente a los espacios de encima y la aceptación de las grandes magnitudes americanas en convivencia ambivalente con el sitio. Señalar la vanguardia elegante y casi inédita de los múltiples modos del eremita: el guardafaros. El vago de intramuros y el de extramuros, el radio-operador de frontera. Todo aquello que conforma un modo de vida en el frente. Santiago, con la pretensión del «Skyline» carece de una referencia vertical, por ello las edifica, pero no se emplaza verticalmente. Resulta así una ciudad irremediablemente inmersa. (la salida dominical en teleférico es testimonio suficiente de una ciudad que equivocó su elegancia).
La métrica del sitio – la obra
La obra es un segmento de trayectoria de 60.00 mts. de longitud que une las dos masas sólidas del islote Pinguinos ( frente al sector Punta de Piedra en Ciudad Abierta de Amereida). Se inserta en una playa de arena entre ambas masas, la playa y las rocas próximas, que son guaneras, genera una sobreluz entre el ocre blanquecino y el ocre de la arena. Lo que ha sido unido y separado, conforma el orden arquitectónico; una co-recta en medio de lo natural que levanta la luz en una rasante a unos 7.00 mts, sobre el nivel del mar. Esta zona que llamamos la «Isla Seca» difiere de la luz del islote perimetral mojado que pertenece al claroscuro del estar. De este modo en la obra, la recta no celebra interioridades sino trazo e intemperie. E insiste sobre aquello asignando al estar en unas contenciones bajo la calzada. La constante del islote de Leibniz es el no-lugar de la intemperie, situación en la que se está día y noche, y sin embargo, la obra castiga la lugareidad hasta casi lo indiferenciado. Los pequeños planos, próximos y en relaciones de apoyo corporal constituyen la lugareidad del vivac.