Definido como una “acción libre, desinteresada, improductiva y tendiente a lo bello”, sea en sus prácticas o en su condición de modelo de acción, el juego ha impregnado fuertemente a ciertas vertientes de la producción arquitectónica y artística modernas. El que las haya impregnado no significa que haya introducido como una cuña, un paréntesis en la producción “seria”, y consecuentemente una trivialización del empeño del proyecto; muy por el contrario, en sus momentos más logrados, el juego ha sugerido sus propios niveles de rigor. En este contexto se incuban las obras del arquitecto Manuel Casanueva, quien se propone iluminar ciertos aspectos del juego a través de diversos medios. Estos cubren desde la producción de ensayos escritos a la elaboración de principios lúdicos, para la realización de proyectos cuya invención y puesta en escena se instituye en celebraciones, las «fiestas del juego», realizadas entre 1972 y 1992, que se llamaron Torneos. Se celebra el que haya juego, mediante una invención lúdica singular a cada instancia que hace presente ciertas aristas fundamentales del impulso del juego. La figura, el color, el movimiento, el ritmo, realzan la acción, la hacen sobresaliente, a la vez que implícitamente realzan la capacidad de asombro que todo juego verdadero debe poseer. La originalidad de la propuesta es entonces celebrar el juego re-inventándolo: para reinventarlo lo problematiza, y en el centro de su preocupación remonta a su «idea rectora», su lógica interna, anterior por fuerza a sus propias reglas que lo complementan.